domingo, septiembre 28, 2008

otoño por los rincones


me desperté dolorida, con el cuello doblado por dormir en una silla. a mis ojos atribulados llegaron borrosas imágenes de un escenario común, desastroso y viciado y afuera la lluvia, sin misericordia, sin pausa y sin descanso caía como todas las noches de esa interminable semana.
no quise encender la luz, no era mi casa, porque me repugnaba toparme con la realidad descarnada que me abofeteaba cada día. no era capaz de ver más que basura y desidia, tristeza y otoño por los rincones.
me deslicé a la litera y la encontré fría como un nicho. me introduje entre las sábanas como quien mete la mano en una bolsa de hortalizas muertas. me sentía muy cercana a la más absoluta de las miserias humanas.
todo estaba oscuro y sin embargo vi el reflejo de una cadena dorada.
se movió, parpadeó, desapareció.
cuando quise volver la cabeza para intentar encontrar ese misterioso fulgor noté su respiración pausada.
no me miraba.
respiraba despacio a mi lado, apoyado en uno de sus codos, desnudo como la verdad, con su piel ardiente rozando la mía.
yo estaba desnuda y mi cuerpo no era un saco de entrañas. era un crisol de lavas que borboteaban y se agitaban, yo brillaba, flamígera como una pavesa caída desde una ventana.
pero él no me miraba.
a mis ojos sólo llegaba el reflejo de mi propio brillo en su cadena dorada.
me puso una mano en la cara. su cuerpo macizo se deslizó sobre el mío.
pesaba, me aplastaba. su mano apretaba con fuerza mi mejilla, con la otra inmovilizaba mi muñeca contraria.
mi cuerpo era un avispero, mis poros rebosaban ansia.
el puso su mejilla sobre la mía, respiró sobre mi cara. vino al mundo la experiencia de la carne y se movió dentro de mi cuerpo con fuerza, con venganza, con alevosía, con ruina, con desesperanza.
lejos de mí, en otra galaxia. como quien escucha tras la pared una paliza brutal. dentro de mí lo sentí todo. fuera su cara evitaba mi cara.
me despertó la sirena. estaba físicamente aniquilada. vestida, sin pena, como si hubiera llorado un mes y una semana.
mi cuerpo reconocía una noche de apasionada cama. en cambio fuera, no varió ni una arruga, ni una cana. la vida siguió siendo una mierda, aunque al salir, el tímido sol de madrid me calentó la cara.