martes, mayo 03, 2005

segundo cuento pequeñito

Pero fue en una de esas épocas que se tienen, tan tontas. Era cuando nada parecía ser y todo podía ser algún día, era cuando no se podía creer en nada que no se pudiera apuntar, era cuando esperaba por una café en un bar con una camarera de uñas sucias. Y llegó él y parecía un rayo de luz diáfana. Era entonces cuando yo me acercaba y disimuladamente le olía. Olía su pecho y su cuello, y él se reía porque decía que ya se había acostumbrado y que ya no le causaba tanta vergüenza como las primeras veces. Y es que él no podía entender porqué me envicié de su olor, y yo no podía explicárselo tampoco, por lo tanto yo le olía y él se reía.
Además me encantaba verle reir, ver esas arrugas que se le formaban al lado de los pequeños ojillos verdes, vivarachos, astutos, infantiles. Me gustaba verle reir porque transmitía alegría, porque me hacía reir a mi también.
Me pasé toda aquella noche de los carteles mirándole, cuando se daba cuenta y cuando no se la daba. De espaldas, de frente y de perfil, porque aquella noche descubrí que tenía un atractivo perfil y lo gravé entre mis recuerdos de no borrar.
Me venía frecuentemente a la memoria la noche de Vidiago, los olores, el verde de las hojas, el incomodo asiento, su olor, su sensual olor, el olor de Al, el olor privilegiado de Al, que me atraía tanto. Recuerdo claramente aquella frase: “la noche también es cómplice”.

2 Comments:

Blogger Zifnab said...

A mi tambien me pasa la imperiosa necesidad de oler maleducadamente (ruidosa y claramente) a quien quieres... y hacerlo mientras cierras los dientes con fuerza... Bueno lo de maleducadamente me pasa a mí.. Escribes muy bien.

9:26 p. m.  
Blogger Manos de Ámbar said...

Hazte escritora de minicuentos, te salen muy bien.

12:14 a. m.  

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