Gijón
Pero eso fue hace mucho tiempo, cuando aún se quedaba mirándola mientras se alejaba, cuando aún no se creía lo que le decía su boca, cuando aún no le tenía miedo, cuando no había empezado a amarla.
Ahora se sentía fuera de bolos, sentado en el muelle con los pies desnudos sobre el agua salada. Daba un sorbo a su refresco y miraba al horizonte, buceaba en los recuerdos, jugaba con las sensaciones que se agolpaban en su cerebro.
La miró con una sonrisa. Que bella era, que linda seguía siendo. Era el prototipo de sus sueños, fundida especialmente para él, era el deseo más perfecto, superaba la utopía. Que bella era.
Ella se movía al ritmo de la música que sonaba. Cerca de “El Muro” había fiesta. Ella llevaba un vestido blanco de tirantes muy finos. Un lazo también blanco de gasa le retiraba el pelo de la cara. Que linda estaba.
Hacía mucho que ya no temblaba al oirle hablar por teléfono, ya no sentía una punzada de celos cuando hablaba con otra chica. Sus ojos ya no eran tan grandes, era verdad que no eran verdes. Esa misma mañana había recordado aquella ventana abierta, aquella cama y aquel hotel.
Ahora se sentía perdida en la selva, sentada en el muelle chapoteando en el agua. Daba una calada al Marlboro y miraba la gente que paseaba por San Lorenzo, los recuerdos le hacían reir con un nudo en el estómago, recorría todas aquellas palabras dichas a media voz, lo recordaba todo tan bien…
Vió que la miraba con una sonrisa, no pudo evitar sonreir mirando al mar, él seguía teniendo esa sonrisa preciosa que le iluminaba los ojazos. Ahora eran verdes otra vez. Que delicioso era.
Él sonrió mirando al horizonte, era una sonrisa franca, serena. Ella pensó que le gustaría bailar con él hasta que amaneciera la mañana siguiente. Eterna camisa azul, como le quiero - pensaba ella-
Volvía de nuevo a sus pensamientos, sabía que se acabaría pronto, que no podía durar, pero disfrutaría cada minuto a su lado, pensaba amarla hasta que no le cupiera en el corazón, quería bailar con ella hasta que se apagara la noche.
Tiró el cigarrillo al Cantábrico, San Lorenzo se levantaba en aquella tarde cálida de julio. Quería comprarle una camisa blanca y pasear cogiéndole de la mano por el muro. Sabía que se acabaría pronto, tenía la seguridad de que no era su destino mantenerse feliz pero pensaba amarle hasta que no le entrara en el pecho, quería besarle hasta que se secara el mar.
¿Reuniría fuerzas? Como deseaba besarla, aunque fuera en la mejilla. Debía decirle que la quería para que ella no tuviera dudas. Se acercó y abrazó su talle.
¿Como hacerlo? Sentía que él no reaccionaría bien, no encontraba la osadía suficiente. Debía decirle que le quería, que él no tuviera dudas. La abrazaba, era un buen momento. Podía sentir su olor mezclado con el de Gijón.
Te quiero susurró él a su oído. Un inmenso ruido de petardo apagó sus palabras.
Te quiero dijo ella mirando su cuello. El ruido de una traca apagó sus palabras.
Hace muchos años, antes de entar en la veintena, que pronto rebasaré.
Confusión; en el amor siempre he tenido confusión.
5 Comments:
Uf! Y Gijón, cuántas cosas podría evocar yo de esa tierra.
Ays, me ha tocado.
Hay cosas peores, a veces la gente confunde una traca de petardos con una declaración de amor, comento.
Y luego pasa lo que pasa.
Sencillamente genial. Creo que acabo de encontrar el sustituto ideal de esos "relatos de verano" que publica El País.Un saludo.
Quino for ever
Sencillamente genial. Creo que acabo de encontrar el sustituto ideal de esos "relatos de verano" que publica El País.Un saludo.
Quino for ever
Hace tiempo que no me pasaba por aquí. No puede terminar de otra manera el cuento. No se porque pero esta debe ser la noche de los posts. Post que leo post que me da una idea para escribir. La que tu diste ya esta almacenada.
Gracias
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