miércoles, marzo 15, 2006

Anchor 263 verde


tenía por costumbre prender la aguja, cuando se le terminaba la hebra de la labor que realizaba en el bastidor, en los cuellos de la camisa, en las solapas de su chaqueta, en la pechera de su jersey o en el tirante del delantal.
pasó los días así, como una aguja clavada a la altura del pecho, con el tacto en los labios de los hilos trenzados, en los pies del pedal de la Alfa que heredó su abuela y en los riñones la eterna presión de una postura forzada durante toda la vida, desde que tuvo edad de sentarse ante una máquina de coser. su vida era un ir y venir de colores, formas y creaciones. todo lo que caía en sus manos acababa maravillosamente transformado y ella solo cosía, callaba y cosía. algún domingo salía con su marido a tomar chocolate y dar un paseo y jugar con sus niñas, pero toda su vida estaba sujeta con hilvanes, ajustada con pinzas y marcada con raya.
desde que se volvió impedida tuvo que dejar de utilizar la máquina y como no podía acostumbrarse a las eléctricas se decidió por los bordados, tras operarse primero de miopía, luego de cataratas y portar, en sus últimos días unas aparatosas gafas que apenas dejaban distinguir sus pequeños y acuosos ojillos tras las muchas dioptrías, seguía agotando su vista inmersa en sus labores, cosiendo y descosiendo, enredándose en hilos de colores, recreando paisajes, formas y frutos, creando cuadros con hilos, creando historias.
su vejez era un remanso de felicidad, se dedicaba a la mayor pasión de su vida y su guardarropa estaba poblado de su trabajo, sus paredes cubiertas de cuadros de punto de cruz, su cama cubierta con una colcha hecha de primoroso ganchillo, adornaban sus mesitas encajes de bolillos y obsequiaba a sus visitas con jerseys y bufandas, cuando no se hayaba enfrascada en realizar la ropita de sus numerosos nietos.
algunas tardes de otoño, cuando la hierba se refleja en la humedad de la tarde de esa forma tan luminosa y tan fresca a la vez, levantaba la vista de la labor solo unos minutos y contemplaba el mundo.
era consciente del ir y venir de auxiliares, oía los quejidos y los ruidos familiares de un hogar geriátrico y se permitía recordarse que la vida había pasado, muy deprisa, entre hojal y botón, entre puntada y puntada, entre remate y remiendo; entre hilos, dedales, agujas, tijeras y género. pero volvía como una hormiguita a parapetarse en su trabajo y vivía la vida a través de los hilos, como si cada vez que la aguja profanaba la tela fuera un latido de su maduro corazón.

una noche decidió que no tenía ganas de coser ya, avisó a las auxiliares para que la ayudaran a asearse para acostarse y se metió en la cama, con la misma toquilla, tejida a mano en lana negra que había llevado durante toda la tarde.
la aguja estaba prendida en ella, a la altura del corazón. con ella dió la última puntada y remató su latido.

2 Comments:

Blogger Zifnab said...

:-)

Que buen rollo.

Que poco escuchamos a los mayores. Que asco.

Vivir sin amargura y morirte sin rencor. Cosiendo

Que buen rollo

Se feliz

3:10 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

:)

10:04 p. m.  

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